Camino sin camino: Peregrinación al corazón de uno mismo

«No dejaremos de explorar y, al final del camino, volveremos donde comenzamos y lo conoceremos como si fuese la primera vez» (T. S. Eliot)

Todo comienza con una decisión: Ponerse en camino. Este camino no lleva a ningun sitio, pues Dios está en todas partes. Se trata de «un camino sin camino». Un adentrarse en nuestro interior. La frase de Jesús: «Yo soy el camino, la verdad y la vida»1 no se debe entender necesariamente en sentido objetivo o conceptual. El camino es la verdad de la vida del se humano y el sentido del camino es la meta, pero en el camino de la vida la meta se halla en todo paso cuando es auténtico. El foco no debemos ponerlo en la meta, sino en el camino. En el aquí y ahora. En el paso siguiente. Se trata de «una revolución interior» que alterará para siempre nuestra vida. El camino no es fácil. Se trata de descubrir la verdad de nosotros mismos. Como dice el profesor Gabriel Magalhâes ”la primera liberación interior es la liberación del vertedero de todas las emociones que nos hacen daño y que son como serpientes que serpean sobre nuestros azulejos íntimos: las víboras del miedo; el cascabel del odio y de la rabia; la pitón de la envidia, que estrangula la felicidad” 2. Y para esto, hay que ser muy valientes y saber aceptar el sufrimiento que esto puede acarrear. Y, como dice el psicólogo y teólogo Jaume Patuel, “el ser humano empieza el camino con imágenes y luego pensamientos, según su nivel…Los arquetipos forman el inconsciente colectivo y son modelos potenciales para el crecimiento o la sanación…El verdadero y auténtico reconocimiento de la Sombra es un camino de sanación, de liberación…Este camino de sanación está contemplado en la gran Sabiduría de todas las culturas que hombres sabios han sabido plasmar en frases o pensamientos”. Y es preciso no olvidar que “en la Sombra no solo está lo negativo y destructivo, sino también lo positivo y constructivo: lo creativo”. Y concluye nuestro autor afirmando: “Con el fin de luchar contra la ignorancia esta sombra debe poder ser dirigida por el otro arquetipo, el Sí-mismo, este centro interior profundo, originario y originante del cual emerge la ‘Voz’ que guía a todo ser humano, y es, a mi entender, el mismo centro del mundo religioso-espiritual. Los lenguajes de la Voz serán distintos, pero su mensaje de liberación es el mismo3. Así, todo nómada de Dios, toda persona que se pone en camino sufrirá un proceso de transformación de sus sentimientos y de sus imágenes pues se irá gestando la imagen de Cristo en su interior.

El ser humano es un peregrino, un buscador, un ser que todavía no es, un devenir. Somos todavía peregrinos pero sentimos que también nosotros somos uno con el Padre. San Pablo nos dice que «no vivimos según la carne, sino según el espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros»4, y san Juan pone en boca de Jesús estas palabras: «Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará; y vendremos a él y haremos morada en él»5. El elemento esencial para comenzar este recorrido es la oración, porque de la oración depende casi todo. Cuando rezamos cambiamos. Es el faro que ilumina el camino. Después viene la reflexión. Como dice el padre Andrea Gasparino (1923-2010), fundador del Movimiento Contemplativo Misionero Carlos de Foucauld,“quien tiene ideas profundas en la vida espiritual, antes o después transforma su vida. Si una persona toma la costumbre de meditar con constancia, no puede evitar su progreso” afirmando que “la reflexión es el elemento que debe alimentar y sustentar la oración. La reflexión es el medio más directo para mantener encendido el fuego de la oración”. Y concluye: “Hay un solo libro indispensable para nuestra reflexión y oración: la Biblia6. Así, junto a la oración personal; la meditación; la celebración de la Eucaristía; el sacramento de la reconciliación; las relaciones humanas, llegará un momento en que encararemos la muerte sin miedo y como un merecido descanso. Nuestra transformación interior nos hará más ligeros y llenos de luz que producirá un mundo y una sociedad mejor.

Cuando decimos «Camino sin camino» precisamente queremos decir que cuando nos dejamos conducir por el Espíritu de Dios, entramos en el misterio, donde ya no hay camino, sino que hay «Presencia». este encuentro trinitario nos hace hijos con el Hijo. Nos hace pobres y reconocemos la misericordia divina. Gracias al silencio contemplativo nos reconstruimos interiormente y nos orientamos, gracias al Espíritu, en lo que constituye nuestra vocación, nuestro «camino» y nos situamos en el continuo presente

Mientras vivimos en esta tierra, «los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros.  Pues la ansiosa espera de la creación desea vivamente la revelación de los hijos de Dios.  La creación, en efecto, fue sometida a la caducidad, no espontáneamente, sino por aquel que la sometió, en la esperanza de ser liberada de la esclavitud de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Pues sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto.Y no sólo ella; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, nosotros mismos gemimos en nuestro interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo. Porque nuestra salvación es en esperanza; y una esperanza que se ve, no es esperanza, pues ¿cómo es posible esperar una cosa que se ve? Pero si esperamos lo que no vemos, aguardamos con paciencia. Y de igual manera, también el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos pedir como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables, y el que escruta los corazones conoce cuál es la aspiración del Espíritu, y que su intercesión a favor de los santos es según Dios. Por lo demás, sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman; de aquellos que han sido llamados según su designio»7. Para nosotros la salvación consiste en alcanzar nuestra plenitud, es decir, compartir la naturaleza divina ya que nada finito puede satisfacer a nuestro ser. El ser humano y toda la creación pueden alcanzar esa plenitud, porque en la raíz misma de la creación esta el mediador, el Cristo, que no solo crea todas las cosas, sino que lo diviniza todo por medio de la gracia del Espíritu divino, de modo que, después de la aventura espacio-temporal de toda la creación, la vida divina de la Trinidad lo impregne todo y Dios sera todo en todos. Como dice la Escritura:»Cuando hayan sido sometidas a él todas las cosas, entonces también el Hijo se someterá a Aquel que ha sometido a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos»8. Así pues, la meta de este peregrinar es la plenitud y no la nada. Esta es nuestra esperanza.

El ser humano es un peregrino, pero «el peregrinar no es un viajar hacia una meta conocida, y menos aún una excursión turística en busca de sensaciones exóticas. La vida humana es un ponerse en camino hacia la arriesgada aventura del ser o del no-ser. Abraham salio de Ur y no sabía donde iba (Gn 12, 1)»9. Por esto, ahora, para seguir este «camino sin camino» te presento una serie de puntos para que te ayuden a reflexionar y encontrar el «mapa de tu camino»; para que llegues al nucleo de tu peregrinación interior y, llevado de la mano del Espíritu del Señor Resucitado, des mucho fruto en el amor. Al final del libro encontraras el índice de las pautas que salen en esta aventura. Peregrinar es volver a lo esencial. Buen camino.


1  Jn 14, 6

2  G. MAGALHÂES, Descubrir la verdad de nosotros mismos, Sal Terrae, Santander 2017, 53.

3  J. PATUEL, El mapa no es el territorio. Mi viaje hacia la conciencia transpersonal, Sirena de los vientos, Madrid 2018, 203-206.

4  Rm 8, 9

5   Jn14, 22

6  GASPARINO, A., El camino de la oración. Reflexiones y consejos para dar luz a nuestra vida, PPC, Madrid 2016, 15-18.

7  Rm 8, 18-28

8  1Cr 15,28

9  R. PANIKKAR, La plenitud del hombre, Ed. Siruela, Madrid 1998, 55.

El Mesías que regalaba un dolar a cada visitante y cuya tumba ha visitado Javier Mieli

El rebbe Menachem Mendel Schneerson es considerado uno de los rabinos más influyentes del siglo XX. Por su tumba en Nueva York pasan anualmente miles de personas. Sus enseñanzas rigen hoy a la relevante comunidad observante Jabad Lubavitch. Él no se consideraba Mesias, si bien sus seguidores creen que volverá o incluso que no murió. El primer viaje de Javier Milei como presidente electo, antes ha sido a Estados Unidos para agradecerle su bendición.

Actualmente el movimiento ha crecido un 200% desde 2001. Tiene numerosas sinagogas, y cuenta con 4.500 centros en todo el mundo, escuelas, centros de rehabilitación para adictos, hogares para discapacitados y sinagogas. Por disposición del presidente Jimmy Carter, en 1972, el día de su nacimiento se conmemora el Día Nacional de la Educación en los Estados Unidos. Bajo su inspiración, en las escuelas públicas se dedica un minuto a rezar al comienzo de la jornada.

El rebbe nop ha tenido sucesor porque creen que es iremplazable. Él guía sus directrices, sus enseñanzas y la inspiración. En vida había largas colas para visitarle. De 6.000 a 7.000 persomas cada día. A cada persona le daba una bendición y un dolar, para aumentar la bondad del mundo. A cambio, quien recibía un dolar tenia que destinar otro a la caridad. Su filosofía era que cuando dos personas se encuentran, el bien ha de repercutir en una tercera. Para Schneerson, «la vida no se trata solo de lo que puedes obtener, sino de lo que puedes dar». Esta frase encierra un importante mensaje sobre el propósito de la vida. Nos recuerda que el verdadero significado de nuestra existencia no radica únicamente en lo que podamos obtener o acumular para nuestro propio beneficio, sino en la capacidad de dar y contribuir positivamente al mundo que nos rodea. Es en el acto desinteresado de ayudar a los demás, de ofrecer nuestro tiempo, energía y recursos para el bienestar común, que encontramos una plenitud que va más allá de cualquier logro personal. En resumen, la vida alcanza su máximo sentido cuando somos capaces de colocarnos al servicio de los demás y renunciar al egoísmo en pos de un bien mayor.

Nacido en la Rusia zarista en 1902 y miembro de una familia de rabinos, Menachem Mendel Schneerson huyó del país en 1928. Se casó ese año con su prima segunda, con la que no tuvo hijos, hija a su vez del líder de Jabad Lubavitch. La pareja pasó por Riga, Varsovia y París antes de instalarse en Nueva York. 

El antecesor de Schneerson, su suegro, Iosef Itzjak Schneerson, estuvo a punto de ser asesinado por los nazis en Varsovia, en 1940, pero la presión internacional logró salvarle la vida. En 1950, al morir su suegro, quedó al frente de Lubavitch.

Tras dos años padeciendo una hemiplejia que paralizó su costado derecho y le afecto casi totalmente el habla, murió en 1994. Fue sepultado en el cementerio de Montefiore, debajo del Ohel, que en hebreo significa carpa. Desde entonces comenzó a ser venerado como una gran personalidad judía porque convirtió a un pequeño grupo jasídico -la corriente espiritual observante en la que abreva el Jabad- en uno de los movimientos más influyentes del judaísmo religioso. La ortodoxia de los jabadnikim, quienes integran el grupo, se manifiesta en la ropa. Al ser parte del judaísmo jasídico, usan ropa negra, abrigos largos y sombreros. Los hombres se dejan crecer la barba y la vestimenta de las mujeres les cubre las rodillas y los codos y no pueden exponer en público su cabello una vez que están casadas. 

En el caso de los Lubavitch de Kfar Habad, una localidad en el centro de Israel, no hay duda. El gran rabino Menachem Mendel Schneerson, fallecido a mediados de los noventa y al que parte de sus seguidores consideran el Mesías en persona, lo dejó claro. No se debe siquiera contemplar la posibilidad de evacuar a judíos de lo que él consideraba la tierra prometida. Lo que dijo Schneerson es palabra de Dios en esta localidad, asentada sobre los restos de una antigua aldea palestina anterior a 1948. Los carteles con la imagen del supuesto mesías se pueden ver por todo Kfar Habad.

A diferencia de otros grandes rabinos, que se mantienen al margen del litigio entre israelíes y árabes, el de Lubavitch ha respaldado a los partidos de la derecha nacionalista en este país y se manifestó en contra de toda concesión territorial por la paz. Hace dos años, sus seguidores lanzaron una campaña mundial con el lema: «Preparaos para la llegada del Mesías», en alusión a su rabino, y su «muerte física», como dijo uno de sus discípulos, «no significa que lo sea y que volverá para redimirnos». El rabino de Lubavitch, al que sus Jasidim atribuyen innumerables milagros y al que han obedecido ciegamente, ha sido visto a menudo como un hereje por fomentar de hecho el culto de su persona, algo repudiado por los mitnagdim u opositores ortodoxos.

Año nuevo de Esperanza

La virtud teologal de la esperanza es la gran olvidada. En la
actualidad, además del olvido que sufre hay que añadir la herida
provocada por la conciencia de poquedad y limitación que han
generado en el ser humano las nuevas tecnologías, en especial,
aquellas aplicadas a la comunicación con su horizonte casi sin
límites que afecta a todos los ámbitos de la vida y, como no puede
ser de otro modo, a la Iglesia que peregrina por el mundo aquí y
ahora.
La iniciativa del Papa Francisco de dedicar el año 2025 a
profundizar en esta virtud teologal es un acierto, no solo por la
situación actual de desesperanza ante el futuro con las sombras de
soledad, enfermedad, vejez, así como la preocupación por nuestro
mundo con tantas amenazas y tantos conflictos y situaciones
donde la humanidad se siente atenazada por el miedo a un
conflicto nuclear, la contaminación de mares y ríos y la
desesforestación de bosques. En verdad, el futuro se presenta más
como motivo de preocupación que como escenario de
posibilidades, aunque por doquier encontremos personas de
esperanza y signos de una nueva primavera en la humanidad.
La ilusión de un mundo feliz de hace unos años atrás en el
mundo occidental se ha desmoronado hundiendo a una mayoría
en la decepción y en una profunda crisis de realismo. ¿Dónde han
quedado aquellos sueños de acabar con las injusticias allí donde
las hubiera, el afán de eliminar las diferencias abismales entre
pobres y ricos, la eliminación de la desigualdad entre el mundo
desarrollado y los pueblos en vías de desarrollo?
En momento de crisis de un modelo de civilización como el
presente, después de la ruina moral y económica de la pandemia,
se constata con desconcierto que la distancia entre los
empobrecidos y los ricos cada día es mayor además de todas las
corrupciones imaginables de fraudes, corrupciones y propuestas
consumistas programadas que nos unifican en la mediocridad y
que, al fin y a la postre, manifiestan la crisis moral y la nueva
esclavitud.

No pretendo en manera alguna sembrar desesperanza, pero
si espolear nuestro ánimo para volver a lo esencial. En tres ejes
axiales describiré esquemáticamente las fuentes donde ha de beber
nuestra esperanza:
1.El deseo de Dios es un componente esencial de la esperanza
cristiana. Esperamos a Dios. Cuando buscamos la plenitud, aun
sin saberlo, estamos buscando a Dios: “Dios mío, te busca todo mi
ser, tengo sed del Dios vivo” (Sal 42). La esperanza no es sinónima
de sueño irrealizable porque Dios promete y se compromete.

2. Cristo resucitado es nuestra esperanza. En nuestro
entorno, a poco que contemplemos, encontramos semillas de
esperanza: iniciativas en favor de la paz, proyectos ecológicos,
defensa de los excluidos, programas de promoción, … Miremos el
mundo con los ojos de Dios.

3.En la Iglesia florecen, entre otros lugares, las semillas del
Reino ya comenzado. Al servicio del Reino de Dios, vive la Iglesia
que tiene vocación de servidora, a través de la Palabra
(evangelización), por el Servicio (caridad), la apertura a los valores
que nos sobrepasan (celebración).
El número del BOLETÍN que te ofrecemos es una oportunidad
para reavivar nuestra esperanza volviendo a las fuentes –Sagrada
Escritura y Magisterio- leídas y oradas en comunidad. Para esta
tarea la familia foucauldiana tiene unos referentes extraordinarios
como lo son la Hermanita Magdeleine, René Voillaume y Carlo
Carretto y actualmente los testimonios de “los santos de la puerta
de al lado” y que con toda modestia recogemos en la sección de
testimonios y experiencias.
En las páginas para la oración hemos querido recoger la
catequesis del Papa y sus ecos y, al tiempo, informar de algunos
encuentros de los pasados meses que muestran el hoy de nuestro
caminar fraterno. También se añaden algunas oraciones y textos
que pueden iluminar nuestra oración con semillas de esperanza.
MANUEL POZO OLLER,
Director

https://drive.google.com/file/d/14RVyA_dC3mVdck5MOCWD1_6YznRfA4O6/view?usp=sharing

Año nuevo de Esperanza

La virtud teologal de la esperanza es la gran olvidada. En la
actualidad, además del olvido que sufre hay que añadir la herida
provocada por la conciencia de poquedad y limitación que han
generado en el ser humano las nuevas tecnologías, en especial,
aquellas aplicadas a la comunicación con su horizonte casi sin
límites que afecta a todos los ámbitos de la vida y, como no puede
ser de otro modo, a la Iglesia que peregrina por el mundo aquí y
ahora.
La iniciativa del Papa Francisco de dedicar el año 2025 a
profundizar en esta virtud teologal es un acierto, no solo por la
situación actual de desesperanza ante el futuro con las sombras de
soledad, enfermedad, vejez, así como la preocupación por nuestro
mundo con tantas amenazas y tantos conflictos y situaciones
donde la humanidad se siente atenazada por el miedo a un
conflicto nuclear, la contaminación de mares y ríos y la
desesforestación de bosques. En verdad, el futuro se presenta más
como motivo de preocupación que como escenario de
posibilidades, aunque por doquier encontremos personas de
esperanza y signos de una nueva primavera en la humanidad.
La ilusión de un mundo feliz de hace unos años atrás en el
mundo occidental se ha desmoronado hundiendo a una mayoría
en la decepción y en una profunda crisis de realismo. ¿Dónde han
quedado aquellos sueños de acabar con las injusticias allí donde
las hubiera, el afán de eliminar las diferencias abismales entre
pobres y ricos, la eliminación de la desigualdad entre el mundo
desarrollado y los pueblos en vías de desarrollo?
En momento de crisis de un modelo de civilización como el
presente, después de la ruina moral y económica de la pandemia,
se constata con desconcierto que la distancia entre los
empobrecidos y los ricos cada día es mayor además de todas las
corrupciones imaginables de fraudes, corrupciones y propuestas
consumistas programadas que nos unifican en la mediocridad y
que, al fin y a la postre, manifiestan la crisis moral y la nueva
esclavitud.

No pretendo en manaera alguna sembrar desesperanza, pero
si espolear nuestro ánimo para volver a lo esencial. En tres ejes
axiales describiré esquemáticamente las fuentes donde ha de beber
nuestra esperanza:
1.El deseo de Dios es un componente esencial de la esperanza
cristiana. Esperamos a Dios. Cuando buscamos la plenitud, aun
sin saberlo, estamos buscando a Dios: “Dios mío, te busca todo mi
ser, tengo sed del Dios vivo” (Sal 42). La esperanza no es sinónimo
de sueño irrealizable porque Dios promete y se compromete.

  1. Cristo resucitado es nuestra esperanza. En nuestro
    entorno, a poco que contemplemos, encontramos semillas de
    esperanza: iniciativas en favor de la paz, proyectos ecológicos,
    defensa de los excluidos, programas de promoción, … Miremos el
    mundo con los ojos de Dios.
  2. En la Iglesia florecen, entre otros lugares, las semillas del
    Reino ya comenzado. Al servicio del Reino de Dios, vive la Iglesia
    que tiene vocación de servidora, a través de la Palabra
    (evangelización), por el Servicio (caridad), la apertura a los valores
    que nos sobrepasan (celebración).
    El número del BOLETÍN que te ofrecemos es una oportunidad
    para reavivar nuestra esperanza volviendo a las fuentes –Sagrada
    Escritura y Magisterio- leídas y oradas en comunidad. Para esta
    tarea la familia foucauldiana tiene unos referentes extraordinarios
    como lo son la Hermanita Magdeleine, René Voillaume y Carlo
    Carretto y actualmente los testimonios de “los santos de la puerta
    de al lado” y que con toda modestia recogemos en la sección de
    testimonios y experiencias.
    En las páginas para la oración hemos querido recoger la
    catequesis del Papa y sus ecos y, al tiempo, informar de algunos
    encuentros de los pasados meses que muestran el hoy de nuestro
    caminar fraterno. También se añaden algunas oraciones y textos
    que pueden iluminar nuestra oración con semillas de esperanza.
    MANUEL POZO OLLER,
    Director
https://drive.google.com/file/d/14RVyA_dC3mVdck5MOCWD1_6YznRfA4O6/view?usp=sharing

«San Carlos de Foucauld, patrono de la Iglesia Sinodal» – 1º de diciembre aniversario de su muerte

Si la Iglesia quiere renovarse tiene que volver a Nazaret

Está próxima a celebrarse el aniversario de la muerte de San Carlos de Foucauld, el 1º de diciembre, un motivo apropiado para meditar sobre su vivencia esencial: Nazaret.

Nazaret es la gran idea, la intuición, el descubrimiento del hermano Carlos. Es la idea que vertebra toda su vida. El hermano Carlos va comprendiendo poco a poco cual es su lugar, y escribe durante el retiro de noviembre de 1897: “Considera que Nazaret es tu vida definitiva, tu reposo por todos los siglos”. La vida de Carlos de Foucauld, después de su conversión, estuvo marcada por la “imitación de su Bien Amado Señor Jesús”, siendo consciente de que la misión liberadora de Jesús de Nazaret la realizó el mayor tiempo de su vida en “Nazaret”, lugar donde creció, se cultivó y maduró como persona, etc. Esto quiere decir que para Foucauld las pequeñas cosas cotidianas de la vida de Nazaret son también “redentoras”. Pero es más: El Jesús de Nazaret que, después de ser bautizado en el Jordán va al desierto y posteriormente, por un breve espacio de tiempo, anunciará el Reino de Dios, es el mismo que vivió la mayor parte de su vida en Nazaret. Es decir, los valores de Nazaret acompañan siempre a Jesús, ya esté en su pueblo, en el desierto o por las calles de Palestina predicando con el ejemplo de su vida y de su palabra. Tener conciencia de esto es importante para toda la comunidad de seguidores de Jesús de Nazaret.

Foucauld se centra también en la familia de Nazaret. En palabras del Papa Francisco, «la familia es constructora de paz, ya que la fraternidad se empieza a aprender en el seno de la familia, sobre todo gracias a las responsabilidades complementarias de cada uno de sus miembros, en particular del padre y de la madre. La familia es la fuente de toda fraternidad, y por eso es también el fundamento y el camino primordial para la paz, pues, por vocación, debería contagiar al mundo con su amor” (XLVII Jornada mundial de la Paz, 1 de enero de 2014). Por esto la Iglesia tiene que ser familia, fraternidad.

El hermano Carlos va descubriendo poco a poco cómo Jesús es salvador también desde Nazaret y en Nazaret: la vida de silencio y de trabajo de Jesús es redentora y es su primera manifestación. Divide la vida de Jesús en tres etapas: Nazaret, el desierto y el ministerio evangelizador. Estas tres etapas forman un todo dinámico y armónico de una misma acción salvadora y liberadora. Nazaret es el fundamento de las otras dos etapas del vivir de Jesús y de todos aquellos que le seguirán. Sin Nazaret no habría contemplación, ni combate en el desierto ni anuncio del Reino.

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Nazaret no es otra cosa que descubrir la presencia de Dios en nuestra vida sencilla y pobre, y abrirle el corazón para escuchar su voz y descubrir su voluntad, como lo hizo Maria, el discreto José y como lo hizo el mismo Jesús. Nazaret nos habla de amor a las cosas pequeñas, de aceptación, de acogida, de comprensión, de pobreza auténtica, de consumo responsable, de opción auténtica por los valores de Jesús. Y todo esto desde nuestra cotidianidad

Para el hermano Carlos, Nazaret es la esperanza de los pobres porque el estilo de Nazaret implica acercarse a los pobres anunciándoles y proponiéndoles la Buena noticia, que de otra maneta tal vez no recibirían nunca. Nazaret «es una espiritualidad de relación en estas dos dimensiones, humana y divina: relación de amor con Dios, que se hizo en Jesús uno de nosotros, cuya presencia se encuentra sobre todo en la Eucaristía, relación de amor con hombres y mujeres, queriendo compartir toda su vida, en el lugar del servidor, para amar como Jesús, sin excluir a nadie, y en solidaridad con los más pobres. Esta es una imitación de la vida de Jesús, Jesús de Nazaret, Jesús en Nazaret, viviendo en las relaciones humanas más ordinarias una relación única con su Padre«(Antoine Chatelard, Charles de Foucauld: Le chemin vers Tamanrasset).

Nazaret es una manera de ser. Nazaret es el lugar del compartir, de la escucha y de la amistad. Nazaret es el silencio porque Nazaret es gritar la buena noticia sobre los tejados sin palabras, sin predicar. Nazaret es una manera de estar con los hombres y también una manera de estar con Dios.

Padre, me pongo en tus manos, haz de mi lo que quieras. Por todo lo que hagas de mi, te doy gracias. Estoy dispuesto a todo, lo acepto todo, con tal de que Tu voluntad. se haga en mí y en todas tus criaturas. No deseo nada más, Dios mío. Pongo mi alma entre Tus manos, te la doy, Dios mío, con todo el ardor de mi corazón porque te amo, y es para mi necesidad de amor el darme, el entregarme entre tus manos sin medida, con infinita confianza, porque Tu eres mi Padre.

MINISTERIOS AL SERVICIO DEL PUEBLO DE DIOS

EL PAPA FRANCISCO INSTITUYE
EL «MINISTERIO DEL CATEQUISTA»
«El que recibe instrucción en la Palabra comparta todos los bienes con su catequista» (Gálatas 6,6)
Millones de laicos en todo el mundo son reconocidos hoy en día como catequistas en su parroquia o diócesis1.

El ministerio de catequista lo encontramos ya en los escritos del Nuevo Testamento
como servicio a favor de la transmisión de la fe. La Iglesia en sí misma, Pueblo de Dios, es una realidad ministerial, de servicio.
El Papa, dentro de la inspiración del II Concilio del Vaticano y los signos de los tiempos, ha querido dar un paso más en la recuperación del ministerio del catequista, en el marco de la recuperación de los ministerios laicales2.

Estamos ciertamente ante un nuevo paso de la Iglesia peregrina que, aunque camina
lentamente por su carácter universal y milenario, al tiempo se renueva con paso firme de la mano del Espíritu Santo y santa María, madre de la Iglesia. La relectura de II Concilio del Vaticano nos
confirma en la verdad dogmática de un solo bautismo que nos hace participar a todos sin excepción en el triple oficio de Cristo de acuerdo con la vocación particular de cada bautizado y su participación en el único sacerdocio real.
La carta apostólica de Motu propio del Papa Francisco Antiquum Ministerium” (Ministerio Antiguo), instituyendo el ministerio de la catequesis, se firmó el pasado 10 de mayo de 2021.
Es, sin duda, un paso más en la participación en la misión de la Iglesia de todos los bautizados que supone una opción decidida por desclericalizar la institución eclesial.
En efecto, en muchas partes del mundo, especialmente en comunidades en espera de un sacerdote residente, los catequistas son los líderes de la comunidad católica local, evangelizando,
convocando y guiando a sus hermanos católicos en la oración y las obras de caridad. No es extraño este ministerio en territorios misioneros.
En la Guía para Catequistas de 1997 de la Congregación para la Evangelización ya se constata la existencia de catequistas involucrados en una actividad estrictamente misionera con encargos
de «predicar a los no cristianos; catequizar a los catecúmenos y ya bautizados; liderar la oración comunitaria, especialmente en la liturgia dominical en ausencia de un sacerdote; ayudar a los
enfermos y presidir los funerales; capacitar a otros catequistas en centros especiales o guiar a catequistas voluntarios en su trabajo; hacerse cargo de las iniciativas pastorales y organizar las funciones
parroquiales; ayudando a los pobres y trabajando por el desarrollo humano y la justicia
».

La decisión del papa Francisco de instituir formalmente el ministerio de catequista parece ser una respuesta a esas llamadas concretadas, entre otros lugares, en el Sínodo de Obispos para la Amazonía (2019), que pedía que la iglesia «promueva y confiera ministerios para hombres y mujeres de
manera equitativa (…) Es la iglesia de hombres y mujeres bautizados la que debemos consolidar promoviendo los ministerios y, sobre todo, la conciencia de la dignidad bautismal
».
Nos hallamos ante una oportunidad preciosa de renovación pastoral que debe llevar a las comunidades al compromiso eficaz. Es también un reto para nuestras fraternidades para desechar todo
atisbo de clericalismo y asumir la secularidad y el anuncio del Evangelio «desde los tejados». La espiritualidad foucauldiana puede ofrecer mucho en este particular: ser testigos de la fe, acompañantes
y pedagogos que enseñan desde la coherencia y en nombre de la Iglesia, vida de oración, amor al Sagrada Escritura y la participación directa en la vida de la comunidad animados por un verdadero
entusiasmo apostólico.

1 El Anuario Estadístico de la Iglesia, una publicación del Vaticano, refleja
que, a fecha de 31 de diciembre de 2019, había más de 3 millones de
catequistas sirviendo a la iglesia en el mundo entero.
2 Algunos pasos en estos últimos decenios: Ministeria Quaedam de San
Pablo VI estableció dos ministerios: acólito y lector, que se podrían conferir
de forma estable solo a hombres. Los ministerios, hasta ahora, eran
recibidos casi exclusivamente por los seminaristas como un paso en su
formación.
El papa Francisco ha publicado recientemente dos documentos: Spiritus
Domini 
(10.1.2021), por lo que permite que sean instituidas también
mujeres; y Antiquum ministerium, por el que instituye un ministerio no
litúrgico: el del catequista.

MANUEL POZO OLLER
DirectoR

https://drive.google.com/file/d/1Cn14hJdl8E_uwi3c7giZ7RKgzcdBwzin/view?usp=sharing

A propósito de Dorothy Day

El Papa Francisco ha escrito el prefacio al libro autobiográfico de Dorothy Day Encontré a Dios a través de sus pobres. Del ateísmo a la fe: mi camino interior (Libreria Editrice Vaticana). Dorothy Day (1897-1980), iniciadora del movimiento del Catholic Worker, fue una periodista, escritora, pacifista y activista estadounidense, conocida por su compromiso en favor de los pobres y contra el armamentismo de toda clase y especialmente el nuclear.

Prefacio del Papa Francisco

La vida de Dorothy Day, tal como ella nos la cuenta en estas páginas, es una de las posibles confirmaciones de lo que el Papa Benedicto XVI ya ha sostenido con vigor y que yo mismo he recordado en varias ocasiones: «La Iglesia crece por atracción, no por proselitismo». El modo en que Dorothy Day cuenta su acercamiento a la fe cristiana atestigua que no son los esfuerzos humanos ni las estratagemas los que acercan a las personas a Dios, sino la gracia que brota de la caridad, la belleza que brota del testimonio, el amor que se convierte en hechos concretos.

Toda la historia de Dorothy Day, esta mujer estadounidense comprometida toda su vida con la justicia social y los derechos de las personas, especialmente de los pobres, los trabajadores explotados y los marginados por la sociedad, declarada Sierva de Dios en el año 2000, es un testimonio de lo que ya afirmaba el Apóstol Santiago en su Carta: «Pruébame tu fe sin obras, y yo te probaré por las obras mi fe» (2,18).

Quisiera destacar tres elementos que emergen de las páginas autobiográficas de Dorothy Day como valiosas lecciones para todos en nuestro tiempo: la inquietud, la Iglesia, el servicio.

Dorothy es una mujer inquieta: cuando vive su camino de adhesión al cristianismo es joven, aún no ha cumplido los treinta, hace tiempo que ha abandonado la práctica religiosa, que le había parecido, como señala su hermano, a quien dedica este libro, algo «morboso». En cambio, creciendo en su propia búsqueda espiritual, llega a considerar la fe y a Dios no como un «parche», por utilizar una famosa definición del teólogo luterano Dietrich Bonhoeffer, sino como lo que realmente debería ser, es decir, la plenitud de la vida y la meta de la propia búsqueda de la felicidad. Dorothy Day escribe: «La mayoría de las veces los destellos de Dios me llegaban cuando estaba sola. Mis detractores no pueden decir que fue el miedo a la soledad y al dolor lo que me hizo volverme hacia Él. Fue en esos pocos años en los que estaba sola y rebosante de alegría cuando le encontré. Finalmente le encontré a través de la alegría y el agradecimiento, no a través del dolor».

Aquí, Dorothy Day nos enseña que Dios no es un mero instrumento de consuelo o de alienación para el hombre en la amargura de sus días, sino que colma en abundancia nuestro deseo de alegría y realización. El Señor anhela corazones inquietos, no almas burguesas que se contentan con lo existente. Y Dios no quita nada al hombre y a la mujer de todos los tiempos, ¡sólo da el céntuplo! Jesús no vino a proclamar que la bondad de Dios constituye un sustituto del ser hombre, nos dio en cambio el fuego del amor divino que lleva a cumplimiento todo lo bello, verdadero y justo que habita en el corazón de cada persona. Leer estas páginas de Dorothy Day y seguir su itinerario religioso se convierte en una aventura que hace bien al corazón y puede enseñarnos mucho para mantener viva en nosotros una imagen verdadera de Dios.

Dorothy Day, en segundo lugar, reservó hermosas palabras para la Iglesia católica, que a ella, procedente y perteneciente al mundo del empeño social y sindical, a menudo le parecía estar del lado de los ricos y de los terratenientes, no pocas veces insensibles a las exigencias de esa verdadera justicia social e concreta igualdad en la que -nos recuerda la misma Day- son ricas tantas páginas del Antiguo Testamento. A medida que crecía su adhesión a las verdades de fe, también lo hacía su consideración de la naturaleza divina de la Iglesia católica. No con una mirada de fideísmo acrítico, casi de defensa de oficio de su propio nuevo «hogar» espiritual, sino con una actitud honesta e iluminada, que sabía discernir en la vida misma de la Iglesia un elemento de  irreductible vínculo con el misterio, más allá de las muchas y repetidas caídas de sus miembros.

Dorothy Day señala: ‘Los mismos ataques dirigidos contra la Iglesia me demostraron su divinidad. Sólo una institución divina podría haber sobrevivido a la traición de Judas, a la negación de Pedro, a los pecados de los muchos que profesaban su fe, que deberían haber cuidado de sus pobres’. Y, en otro pasaje del texto, afirma: «Siempre he pensado que las fragilidades humanas, los pecados y la ignorancia de quienes han ocupado altos cargos a lo largo de la historia no han hecho sino demostrar que la Iglesia debe ser divina para perdurar a través de los tiempos. Yo no habría culpado a la Iglesia de lo que consideraba errores de los clérigos».

¡Qué maravilla oír tales palabras de una gran testigo de la fe, de caridad y de esperanza en el siglo XX, el siglo en que la Iglesia fue objeto de críticas, aversiones y abandonos! Una mujer libre, Dorothy Day, capaz de no esconder lo que no teme definir «¡errores de los eclesiásticos!», pero que admite que la Iglesia tiene que ver directamente con Dios, porque es suya, no nuestra, la ha querido Él, no nosotros, es su instrumento, no algo de lo que podamos servirnos. Esta es la vocación y la identidad de la Iglesia: una realidad divina, no humana, que nos lleva a Dios y con la cual Dios puede llegar a nosotros.

Por último, el servicio. Dorothy Day ha servido a los demás toda su vida. Incluso antes de llegar a la fe de forma completa. Y este ponerse a disposición, a través de su trabajo como periodista y activista, se convirtió en una especie de «autopista» con la que Dios tocó su corazón. Y es ella misma quien recuerda al lector cómo la lucha por la justicia es una de las formas en las que, incluso sin saberlo, cada persona puede hacer realidad el sueño de Dios de una humanidad reconciliada, en la que la fragancia del amor supere el nauseabundo olor del egoísmo. Las palabras de Dorothy Day son muy esclarecedoras al respecto: «El amor humano en su máxima expresión, desinteresado, luminoso, que ilumina nuestros días, nos permite vislumbrar el amor de Dios por el hombre. El amor es lo mejor que nos es dado conocer en esta vida». Esto nos enseña algo verdaderamente instructivo incluso hoy: creyentes y no creyentes son aliados en la promoción de la dignidad de toda persona cuando aman y sirven al más abandonado de los seres humanos.

Cuando Dorothy Day escribe que el lema de los movimientos sociales para los trabajadores de su tiempo era «problema de uno, problema de todos», me ha recordado una famosa frase que Don Lorenzo Milani, el sacerdote de Barbiana cuyo centenario de nacimiento se conmemora este año, hace decir al protagonista de Carta a una profesora: «He aprendido que el problema de los demás es el mismo que el mío. Salir de él todos juntos es política. Salir de él solo es avaricia’. Por tanto, el servicio debe convertirse en política: es decir, en opciones concretas para que prevalezca la justicia y se salvaguarde la dignidad de cada persona. Dorothy Day, a quien quise recordar en mi discurso al Congreso de los Estados Unidos durante mi viaje apostólico de 2015, es un estímulo y un ejemplo para nosotros en este arduo pero fascinante camino.

Para conocer un poco más a Dorothy Day:

https://www.todostuslibros.com/libros/dorothy-day-activista-y-mistica_978-84-123274-4-1#synopsis

Elogio de la bondad

Hoy se acepta en términos generales que las personas son básicamente egoístas y que la solidaridad es, o una debilidad o un lujo, o simplemente una forma refinada de egoísmo. Pero la realidad es que dependemos del otro no solo para sobrevivir, sino para el hecho mismo de ser. El yo sin apegos solidarios, o está enfermo, o es una ficción. Hoy necesitar de los otros se percibe como una debilidad. Solo a los niños, a los enfermos y a los ancianos se les permite depender de otros; para todos los demás, la suficiencia y la autonomía son virtudes cardinales. Pero todos somos criaturas dependientes, hasta la médula.

Durante casi toda la historia de la humanidad, las personas se han considerado buenas por naturaleza y con la conciencia de que nos pertenezemos los unos a los otros. Pero hoy en día nos hemos forjado una imagen de la naturaleza humana en la que apenas hay generosidad natural. Los humanos nos hemos enemistado profundamente entre nosotros, con motivos muy egoístas y nuestras simpatías son modos de protegernos.Ya Thomas Hobbes en su libro Leviatán (1651), que es el libro del nuevo individualismo,desdeña la bondad cristiana por ser psicológicamente absurda. Para este autor, las personas son animales egoístas que solo se preocupan de su propio bienestar. Máquinas que solo se mueven por el interés personal y que tienen un continuo desdeo de acumular poder tras poder, que solo cesa con la muerte.La existencia humana es una guerra de todos contra todos. La conducta bondadosa se observa con recelo; las manifestaciones públicas de bondad se desdeñan por moralistas y sentimentales. La bondad, es decir, la capacidad de tolerar la vulnerabilidad de los demás y por tanto la de uno mismo, se considera un signo de flaqueza. Se sospecha que la bondad es una forma superior de egoísmo. Si creemos que los humanos son básicamente competitivos, se considera a la bondad como una virtud para perdedores. Nos cuesta mucho pensar que la bondad nos produce felicidad.

David Hume, Adam Smith y Jean-Jacques Rousseau, frente a Hobbes, fueron defensores de la bondad. Para ellos, ser bondadoso es el modelo supremo de la felicidad humana. En su Tratado de la naturaleza humana (1739-1740) Hume comparaba la transmisión de sentimientos entre personas con la vibración de las cuerdas del violín: en cada una resonaban los sufrimientos y alegrías ajenos como si fueran suyos. Los egoístas psicológicos afirmaban que el sentimiento común era una simple derivación del interés por uno mismo. Y Adam Smith en su Teoría de los sentimientos morales (1759) alegaba que «en cierto modo acabamos siendo la misma persona… tal es el origen de nuestros sentimientos comunes», pues los egoístas psicológicos habían afirmado que el sentimiento común era una simple derivación del interés por uno mismo. Rousseau en sus Confesiones (1782-1789) se describió como persona que sentía las cosas con tanta intensidad quera sensible a la indiferencia o la crueldad. Para este autor la sociedad corrompe. El ser humano entra en el mundo lleno de inocencia y buenas intenciones, y la sociedad lo corrompe y transforma en un ser egoísta.

Ya mucho antes de la llegada del postmodernismo y como si de una premonición de futuro se tratase, el hombre bueno que fue Alfonso Carlos Comín, nos daba este testimonio: «Yo creo que la mayor aportación que se puede hacer es la de los valores trascendentes. La mayoría de los problemas de hoy parten del hecho de que la escala de valores está puesta al revés. Y esto en todos los ambientes. Porque incluso en los movimientos de liberación se valora mucho el progreso del pueblo, la justicia, todos estos valores. Pero si penetras un poco en el interior de estos movimientos y de algunos dirigentes, ves la corrupción y los intereses inconfesables que hay en estas personas y debajo de muchos de estos movimientos, partidos, sindicatos etc.

Entonces, la mejor aportación que podríamos hacer nosotros en nombre de Jesús, aunque sea yendo contra corriente, es presentar la escala de valores de Jesús con la dimensión trascendente que tienen, completando así la visión del ser humano que se tiene en los movimientos citados. Una escala de valores que humaniza y que por tanto transforma, en la medida en que cada uno se va haciendo persona, nuestra sociedad con unas estructuras más justas.

Y esto siguiendo el criterio de que las personas no se dividen en ateos y creyentes. En realidad, se dividen entre las que creen en el ser humano, en la posibilidad de transformar la sociedad y construir una nueva sociedad y en las que no creen en el ser humano. Quien no cree en la persona, no puede creer en Dios» (Cristianismo y socialismo en libertad, Laia, Barcelona 1979, 161-163.

La única bienaventuranza de Jesús, del Sermón de la Montaña, que es común a Mateo y a Lucas es esta: «Dichosos los que son perseguidos por causa del bien, porque de ellos es el Reino de los cielos. Felices vosotros cuando, por causa mía, os maldigan, os persigan y levanten toda clase de calumnias. Alegraos y mostraos contentos, pues vuestra recompensa es grande en el cielo. De esta misma manera trataron a los profetas que hubo antes de vosotros» (Mt 5, 1-16; Lc 6, 20-23). Ser perseguido por causa del bien no significa necesariamente tener que andar escondido, escapar del país, ser perseguido por los poderes públicos… La persecución es la contradicción que nos viene a causa de la justicia, a causa del Reino, a causa de Jesús. La persecución no es siempre algo físico, y habitualmente no es física. El martirio es algo extraordinario: Es la persecución llevada al extremo. Normalmente la persecución es más sutil, más psicológica. Son las contradicciones que nos vienen por actuar de una manera recta, y nos llegan, a veces, de personas y sectores que uno no esperaría…

Soren Kierkegaard, en Temor y Temblor (1843), describía de esta manera al testigo de la bondad: «Un testigo de la bondad es una persona cuya vida transcurre desde el comienzo hasta el fin ajena a todo lo que se denomina goce… Un testigo de la bondad es una persona que da testimonio de esa bondad desde un estado de pobreza, viviendo en la mediocridad y en la humillación; una persona a quien nadie aprecia en lo que vale, a quien se aborrece, a quien se desprecia, se insulta y escarnece…; y finalmente es crucificado, decapitado, quemado en la hoguera o asado en la parrilla, y su cadáver es abandonado por el verdugo sin darle sepultura- ¡así se entierra a un testigo de la bondad!- o sus cenizas arrojadas a los cuatro vientos…«.

Resulta que la presencia de una persona buena no deja indiferente, lo que pasa es que lo que para una persona es virtud, para otras es debilidad. Donde uno ve generosidad sin límites, otros condenan el exceso vituperando su inmoderación. La sensibilidad a flor de piel es tildada de enfermedad; la falta de ambición, de flaqueza; la sinceridad sin reservas, de necedad, cuando no de infantilismo. Así, personas que han sido consideradas modelos de perfección para edificación de un mundo imperfecto, pasan por excéntricos, inmaduros, casos clínicos. Se admite la bondad extrema si es en un momento dado, pero no si es permanente.

Me ha llamado poderosamente la atención la descripción que hace Jaime Vandor sobre la persona buena y que nosotros transcribimos aquí por su alto grado de percepción: «Entendemos por persona buena quien es capaz de convertir su generosidad en norma y pasión, bondadoso en grado sumo, sincero y veraz en todas las ocasiones, que se entrega y nada busca para sí. Demasiado noble para este mundo, paga por ello: es incomprendido, combatido, a veces escarnecido. Un tipo que, aunque poco frecuente, si existe, pero o pasa desapercibido, o es tenido por insensato, utópico, inepto para nada, equivalente a la frase popular que dice ‘de tan bueno es tonto’. Quien lo da todo es un excéntrico y, como mínimo, un problema para su familia. Sin embargo, pese a sus ‘extralimitaciones’, esta persona que comparte el sufrimiento del prójimo, aportando ayuda y consuelo, ha de constituir para nosotros un ideal hacia el cual tender» (Valores humanos: la cualidad esencial, El Ciervo, Barcelona 1997, nº 550.

Lanza del Vasto nos habla de la coherencia que debe de existir entre los fines buenos y los medios que utilizamos. No se pueden buscar fines buenos con medios malos, ni por supuesto fines malos con medios aparentemente buenos. Dice así: «La no violencia es lo contrario de la justificación de los malos medios para el buen fin; es el ajuste de los medios al fin; ya que si el fin es justo los medios también deben serlo. Gandhi enseña que medios y fines están unidos como la simiente al árbol. Y que la malicia que los medios introducen en la empresa, se encontrará necesariamente en el fin. Lo que explica la decepción que sigue a todas las victorias y liberaciones obtenidas mediante la violencia, aun cuando la causa fuera buena y los combatientes heroicos y sinceros. No, las buenas causas ni justifican los malos medios; al contrario: los malos medios arruinan las mejores causas. Hay que distinguir eficacia instrumental de eficacia final. La ciencia se presta a cualquier aplicación; la conciencia no. La inteligencia se presta a cualquier aplicación; la sabiduría no. El poder puede cualquier cosa; el dominio de sí, no. El dinero se presta para todo uso, pero la honestidad, no. El coraje se entrega a cualquier causa, pero la caridad, no. La fuerza puede servir para cualquier fin; pero la no violencia o fuerza de la justicia sólo puede servir a la justicia«(Umbral de la vida interior, Sígueme, Salamanca 1989, 1619).

Para poder avanzar por el camino de la no violencia, por el camino de la confianza y de la comprensión, hay que dejar que brote en nosotros la fuente de la paz interior. Como dice el Roger Schutz, prior e la comunidad de Taizé (Francia), «la paz del corazón permite mantenerse en pie, arriesgarse por los demás, reemprender el camino cuando el fracaso, las pruebas, los desánimos pesan demasiado a nuestras espaldas humanas. Esta paz de las profundidades sostiene también una mirada poética sobre la creación y las criaturas. La paz del corazón es fuente de una alegría interior que a menudo se había como adormecido. Y he aquí que se despierta con magnífico asombro, un soplo poético, una sencillez de vida y, para quienes puedan comprenderlo, una visión mística del ser humano».

Retomando de nuevo las palabras de Comín me fijo especialmente en estas: «Cuando una persona buena nos habla de mansedumbre y del amor como único medio de hacer el bien, podemos no hacerla caso y creer que la organización y la militancia seguirán siendo el buen camino. Sin embargo, Carlos de Foucauld, leyendo el Evangelio, había comprendido que la fe y el amor verdadero utilizarán siempre los medios del carpintero de Nazaret. ¿No recordamos inmediatamente la figura de un hombre que, en medio de los más difíciles acontecimientos, comprendió que solo la mansedumbre y la caridad podían ser hoy, como siempre, el testimonio universal el cristiano? ¿No recordamos inmediatamente la figura y la voz inextingible de Juan XXIII…?» (El testimonio universal del cristiano, AUN, nº 54, 1964).

Recopilando, pues, la persona buena es el pobre de espíritu del evangelio de Jesús: Tolerante con todas las debilidades y afirma que quien carece de ternura y sólo posee justicia en última instancia es injusto. No juzga, no condena, pues sentar juicio es cerrar la puerta a toda apelación; es admitir que el mal existe y es definitivo. La piedad es el rasgo esencial de la persona buena y por ésta el mal queda destruido.

Los rasgos esenciales de la persona buena son dos: la no ambición y la no violencia. No ambición en cuanto a desinterés por los logros materiales o los halagos de la fama. Carencia de amor propio y vanidad. Ningún afán de notoriedad: no hace nada por sobresalir. La misma indiferencia ante las ventajas de una posición social. Y la no violencia: repudio absoluto de toda imposición por la fuerza, de todo fanatismo, cumplimiento absoluto del ‘no matarás’. Fuerza auténtica, aunque a veces debilidad aparente.

Pero hay otros rasgos que tampoco deben faltar: Calor humano. Carencia de prejuicios, independencia de pensamiento, amor a la verdad. Conciencia de responsabilidad, tendencia a la preocupación, al máximo esfuerzo. Afán de saber, valor de pensar las cosas hasta el fin. Convicción de la necesidad de la solidaridad humana.

Donde quiera que encontremos una persona de estas características, podremos decir con Iván Karamazov: ‘Me basta con que estés en algún sitio para no perderle el gusto a la vida». Menos mal que también existen hoy personas buenas y no son sólo personajes del pasado. Están ahí, de pie. Cada uno en su sitio, tan enraizadas en lo concreto como universales. Personas sencillas, apasionadas, libres, comprometidas, movidas por el Espíritu de Jesús de Nazaret.

Caminar juntos: Proceso de esperanza

SÍNODO ES EL MODO DE SER DE LA IGLESIA
Extraigo el título del discurso de estas letras del Papa
Francisco en la inauguración del inicio sinodal (9 octubre 2021).
Ciertamente no se puede expresar con más tino la esencia y el modo
de ser de la Iglesia peregrina. Caminar juntos cogidos de la mano,
atendiendo las necesidades de los más débiles, en verdad es una
parábola del reino de Dios que crece “sin que sepamos cómo”.
¿Un sínodo para el cambio de la Iglesia? Porqué no. Pero
nuestra pretensión pretende ser más real y concreta y, en
consecuencia, no aspira, en primer lugar, al cambio de los demás sino
al cambio personal (conversión) y el cambio de nuestras comunidades
(conversión pastoral). La convocatoria del Sínodo de la sinodalidad
ciertamente es acicate para medir nuestra pertenencia a la Iglesia y es,
al tiempo, decisión firme de hacer el camino juntos para servir mejor
al mundo. Nuestras fraternidades han debido colaborar en las
respuestas que nos pedían con conciencia de que el Sínodo no es una
reunión final que concluye con la redacción de un documento. No
construye comunidad quien voluntariamente se coloca al margen con
el convencimiento de que nada cambiará o poniendo en tela de juicio
la utilidad de este proceso. La espiritualidad del Hermano Carlos tiene
mucho que aportar en este momento con su larga experiencia de
escucha, diálogo y discernimiento. Es el subrayado evangélico que la
Fraternidad en su conjunto ha aportado a la Iglesia.
Ya se dijo desde el primer momento que el objetivo del sínodo
“no es producir documentos” sino suscitar sueños, profecías,
esperanzas y se puso mucho énfasis en insistir que éramos convocados
a entrar en un proceso donde el Espíritu Santo y la respuesta a los
signos de los tiempos nos ayudarán a vivir el hoy de Dios. En
consecuencia, el Sínodo más que contestar preguntas y redactar
documentos, es un proceso de conversión y compromiso efectivo con
el uso de las herramientas de la escucha, el diálogo y el discernimiento.
La convocatoria sinodal es para todo el Pueblo de Dios y para todo
hombre y mujer que quiera participar. Sinodalidad se conjuga con
diversidad. ¿Qué diálogo se puede dar cuando se rechaza al diferente?
El número del BOLETÍN, Caminar juntos: Proceso de Esperanza
une adrede el trabajo sinodal con el jubileo del año 2025 cuyo tema
central será la virtud teologal de la esperanza. Nos ayudan las
reflexiones espléndidas que nos invitan a “sembrar en Comunidad”
(Prof. A. Rodríguez Carmona) y a contemplar la vida del hermano
Carlos con amor y con humor (A. Sanz Baeza).
En la sección de Testimonios y Experiencias ocupa lugar
destacado la entrevista a María Cristina Inogés Sanz, laica, teóloga
y miembro de la Comisión metodológica del Sínodo que sueña con una
Iglesia en verdad libre e inclusiva: “Tiene que ser una Iglesia tan
inclusiva que cuando uno entre dentro pueda respirar hondo”
(Ecclesia nº 4093 16 octubre 2021). Este es el hilo conductor de sus
respuestas como ya se expresara en la revista Ecclesia cuando fue
preguntada sobre cómo soñaba la Iglesia-hogar de la que habló en la
apertura del Sínodo ante el Papa. Su respuesta es clarividente y
revolucionaria: «Para mí la Iglesia-hogar es la que acoge a todos, la
que no hace separaciones, que no hace distinciones, que acepta a los
gays, a las lesbianas, a los trans, a los divorciados vueltos a casar, a
los curas secularizados, a los inmigrantes que llegan con otras
tradiciones religiosas y, probablemente, con buena fe, hemos cometido
el grandísimo error de separarlos» (Ecclesia o.c., 22). La sección se
completa con el testimonio de la vocación de Nathalie Flore de
Jesús, Hermanita de Jesús, en cuanto que la vocación, don de Dios, es
también compromiso comunitario y, en gran medida, proceso sinodal.
La sección Ideas y Orientaciones se abre con una entrevista a
Rafael Luciani, teólogo venezolano que forma parte de la Secretaría
del Sínodo. Con firmeza nos dice: «estamos llamados a construir
un nuevo modelo institucional para esta nuestra Iglesia del
tercer milenio… los procesos y eventos, si no están animados
por un estilo adecuado, resultan de una formalidad vacía” (DP
27)». La sección se complementa con un excelente artículo de
Nicolás Castellanos, una síntesis de los Religiosos y el Sínodo
trabajada por la Hermanita de Jesús Josefa Falgueras, junto a un
artículo-resumen de la fase parroquial llevada a cabo por el Consejo
de Pastoral de Ntra. Sra. de Montserrat (Almería).
La meditación “Caminante en el desierto” del Hermano del
Evangelio André Berger cierra nuestro número junto a unas notas
apresuradas ante la muerte del P. Michael Lafon que, más tarde, se
verán enriquecidas con un número monográfico de nuestro BOLETÍN.
MANUEL POZO OLLER
Director

https://drive.google.com/file/d/1zTOZf-qHI_NWH9PNaeRZo1oRZTZwaxZZ/view?usp=sharing

LA PERSONA COMO RELACIÓN

La persona no es un absoluto, sino una relación. Y no decimos que una persona tiene relaciones, sino que es relación. No cabe duda de que la persona es un ser incompleto, pero que posee las bases de su propia subsistencia y de su autonomía, y se desarrolla y realiza multiplicando sus relaciones con otras personas; es precisamente una parte de la comunidad, a la que pertenece a título de miembro, constituida y definida por esta misma pertenencia. Así, la relación no es un atributo, sino el constituyente mismo de la persona. Pero al no existir por nosotros mismos, sino por Otro, no somos relación de nosotros mismos con nosotros mismos, sino que somos, esencialmente, relación con respecto a Dios.

El Diccionario de la Lengua Española define relación como “la conexión, correspondencia entre una cosa con otra”, y también como “conexión, correspondencia, trato, comunicación de una persona con otra”. De esta forma, nuestra lengua propicia una confusión entre la relación que se establece entre seres racionales y libres, y la que existe entre los entes cósicos. Dos caracteres cruzan la noción de persona en la antigüedad y en el medievo, ambos igualmente fecundados por el cristianismo: por un lado, su consideración como realidad “en sí”, y por otro, su consideración como realidad “relacional”.

La reflexión filosófica sobre la persona como ser de relación debe mucho a la teología de Agustín de Hipona. En el mundo griego hay destino y eternidad, pero, contrariamente a la tradición judeo-cristiana, no existe creación, ni novedad, ni alteridad entre Dios y el mundo. No existe la relación interpersonal tal como nosotros la concebimos. El griego carece de responsabilidad. No debe responder de alguien ante alguien.

El inicio de la “relación” se remonta a Aristóteles, que la hace derivar del término griego pròs tí, “hacia otro”, o “ser para”. La relación aristotélica tiene lugar entre varias realidades principales: entre la causa y su efecto, entre la substancia y el accidente, y entre el agente y el paciente, como reciprocidad de uno con respecto al otro. Aristóteles incluye la relación entre las categorías. La relación es uno de los predicados generales con que se puede determinar una cosa, diciendo de ella que está en relación a otra. Esto presupone que existen cosas entre las cuales puede darse la relación; es decir, la relación presupone la sustancia, que es lo que designa el ser propio de la cosa. La idea de relación implica, pues, para Aristóteles, mera referencia a un término extrínseco. Aristóteles propicia una cierta confusión, perceptible sobre todo entre algunos teólogos y filósofos medievales, entre la sustancia y las restantes categorías, precisamente por sostener que la primera es una de éstas, aunque sea la protocategoría. En efecto, según Aristóteles, la relación es la categoría que define lo relativo -o referencia de una cosa a otra- como lo que une lo que mide con lo medido. Es uno de los ocho o diez significados fundamentales del ser, pero accidental y no sustancial. Para la reflexión cristiana, por el contrario, la relación intratrinitaria se identifica con la persona verdaderamente distinta, y no sólo de un modo accidental. Así, la persona humana también es relación sustantivamente, y no sólo adjetivamente.

Agustín considera la relación como un valor esencial en el seno de la Trinidad. La persona se distingue de la naturaleza precisamente porque es relación. El problema radica en que no es posible referir a Dios lo que es accidental, sino sólo lo que es sustancial. Deja atrás la dualidad sustancia-accidente de Aristóteles y muestra que la relación no es ni ser in se, ni es ser in alio, sino un ser cuya entidad consiste en estar ordenado ad aliud (hacia otro), sin ser in alio (en otro). Agustín entiende la relación como algo sustancial, lo que le permite predicar de Dios relaciones esenciales. Desprende así la estructura estática y aun cósica de la relación aristotélica, para darle el carácter de lo personal y dinámico. La postura agustiniana marcará las directrices del futuro de la relación, según se intensifique el talante personalista o se distancie de dicha postura, dando lugar a teorías más o menos integradoras en el aspecto personal.

La filosofía escolástica retoma la concepción aristotélica de relación y la divide en mental y real, y ésta, a su vez, en subsistente “ser-en-sí” e inherente (estar-en-otro). Tomás de Aquino describe la relación como proporción, como hábito, como respeto de uno a otro, recuperando la vertiente personal. Afirma que en la Trinidad hay personas porque hay relaciones, y éstas no son accidentales, sino subsistentes. Pero cambia de sentido cuando se refiere al ser humano, pues piensa que nada se puede predicar de un modo unívoco de Dios y de las criaturas. Tras identificar en Dios relación (subsistente) y persona, sin atarse al accidentalismo de la relación, cuando aplica la relación al ser humano, santo Tomás vuelve sobre sus pasos aristotélicos y contempla la relación como accidentalidad.

San Buenaventura se sentía incómodo con la definición de persona dada por Boecio, “rationalis naturae individua substantia”, y afirma que la relación es un constitutivo esencial no solo de Dios, sino también, por analogía, de la persona humana: “la persona se define por la sustancia o por la relación. Si se define por la relación, persona y relación son conceptos idénticos1. Relación significa, pues, referencia de una persona a otra, y conlleva una trascendencia de la persona hacia toda la realidad. En Buenaventura la persona no es un estado, sino un proceso, pero que no deja de ser “sustancia individual, no dividida en sí misma y distinta de todo otro de carácter racional” (Boecio). Cada persona es única e irrepetible.

Los griegos nunca vieron al ser humano aislado del mundo o al individuo separado de la polis. Tampoco el cristianismo medieval lo disociaba. En ambos casos se convertía a la persona en la realidad cósmico-social, en virtud de una cierta metafísica organicista. Pero con la modernidad llega la idea del sujeto ensimismado. Descartes sistematiza esta actitud fundando el conocimiento en la soledad del “yo pienso”, en el sujeto epistemológico cuyos objetos de conocimiento son sus propias representaciones o ideas. Puesto que la razón sólo elabora símbolos que permiten manejar la realidad exterior, sin llegar a conocerla como es, uno de los problemas más acuciantes es resolver cómo la razón comunica con “lo otro”, si sólo en ella encuentra los instrumentos que le permiten esta comunicación. Para salir de esta paradoja, Descartes recurre a la fe en la “veracidad divina”, o Leibniz a una “armonía preestablecida” que asegura el conocimiento humano. En cuanto a la comunicación interhumana, no queda otra solución que explicarla con el razonamiento por analogía, o por el postulado de un supuesto carácter comunitario de lo que Kant denomina “reino de los fines”, es decir, de las personas, imposible de demostrar y de justificar.

Hegel intentará resolver la fisura entre pensamiento y realidad, entre individuo y sociedad, suprimiendo la dualidad a través de un proceso de progresiva autoconciencia. Pero será Husserl quien abra expectativas más creíbles de solución a partir de su tematización de la intencionalidad como estructura fundamental de la conciencia, que es la referencia esencial de la conciencia a un objeto distinto de ella misma; habla de “comunidad intersubjetiva” como la que tiene lugar entre sujetos que se autoposeen por ser conscientes. Pero recurre a una hipótesis que no puede demostrar: el postulado de la intersubjetividad monadológica, que garantiza la objetividad de la ciencia y la coherencia de la comunicación social.

Los discípulos de Husserl tienden a superar el problema de la conciencia partiendo del ser humano en relación. Así, Heidegger sustituye conciencia por existencia, entendida no como relación conciencia-objeto, sino como “ser-ahí” o “ser-en-el-mundo”. Heidegger parece insinuar que la identidad del yo incluye la alteridad, distinguiendo el mundo de las relaciones del mundo de las cosas. Martín Buber se situará en la relación yo-tú o entre los dos. Sólo desde un reconocimiento original del ser humano como ser en relación puede ofrecerse una base filosófica sólida que explique la relación, la comunicación y el conocimiento.

Se podría señalar el inicio del personalismo comunitario a comienzos de los años veinte del siglo XX, con la publicación de las obras de Rosenzweig, Ebner, Buber y Marcel. Una filosofía que recupera la relación como característica fundamental de la persona. Ebner o Rosenzweig han primado la importancia esencial de la palabra en la constitución de la persona, pues la palabra es el vehículo privilegiado de la relación humana, aunque no el único. La filosofía de Rosenzweig penetra en el tú desde el tú como un interpelado, y de la misma manera Ebner analiza la soledad del yo como fruto del cierre del tú, como ausencia del diálogo. Por esto señala Buber que la palabra fundamental no comienza con el yo solitario, sino en el par yo-tú. La relación es un entre, un diálogo constituyente desde el principio hasta el final. Según este autor, la filosofía ha sido planteada desde el yo-ello, convirtiéndose el yo en el punto central de referencia, donde todo lo demás es objeto de mi manejo, uso o saber. Todo cambia cuando decimos , al crear el ámbito del entre. Y esta relación debe ampliarse al nosotros comunitario, a la presencia del tercero que exige las relaciones de justicia. De ahí que la responsabilidad por el prójimo aterre a todos. Relación y ética son reversos de una misma moneda. Es el mismo Buber quien recorre la historia del principio dialógico, comenzando por Jacobi, Fitchte y Feuerbach, para quien la relación yo y tú se convierte en tesis fundamental. También Kierkegaard lanza el problema de pensar y vivir la diferencia radical del diálogo entre el “yo y el tú” y el “yo y el Tú absoluto”. Marcel, por su parte, distingue entre ser y tener, colocando la relación en el ser, a modo de comunión con las demás personas; tal comunión es fidelidad y amor, y posibilita la realización del otro como autorrealización del yo.

En esta misma dirección corre Ortega y Gasset, al buscar el criterio para discernir la auténtica alteridad de la persona. Para él, la alteridad se puede dar a nivel de sociedad y a nivel de convivencia. En el primer nivel equivale a una relación entre lo auténtico y lo inauténtico, porque a juicio de Ortega lo social es el polo opuesto a lo personal. ¿Por qué? Tal vez porque piensa que la persona queda como masificada dentro de las coordenadas sociales. Aranguren parece comulgar con esta misma visión cuando coloca la alteridad por encima de la aliedad; es la última la que configura la relación con varios sujetos, y es impersonal, por tener talante social. En cambio, la alteridad connota mi relación con el otro. Y ésta sí es personalizadora, porque va del yo al tú, y viceversa. El presupuesto ideológico de ambos autores parece coincidir en la concepción de que lo social es impersonal, mientras que la comunicación de la alteridad es personalizante. Este esquema, que parece oponer persona y sociedad, se rompe en Laín Entralgo, quien integra la sociedad en la relación alterocéntrica, al hacer intervenir el valor del encuentro interpersonal. Dicho encuentro tiene lugar no sólo a nivel psicofisiológico y metafísico, sino también a nivel histórico-social.

El amor juega un papel de suma importancia como constituyente de la relación en el encuentro interpersonal, que, lejos de excluir, integra la relación social. Mounier realizó la profundización comunitaria del principio dialógico, junto con Lacroix, situando al amor en la base de la relación. Para Mounier la persona es apertura, y tiene una dimensión tridimensional: exterioridad o intencionalidad, interioridad y trascendencia. La persona es un sistema de relaciones fundamentales, que abren al mundo, al prójimo y a Dios.

Maurice Nédoncelle profundizó en el tema de la intersubjetividad. Su proyecto filosófico consiste en elaborar una filosofía del espíritu, que es la conciencia. Desde esta filosofía de la persona se salta a la trascendencia, al absoluto, al Dios personal. Nédoncelle trata de elaborar una filosofía trascendental. Acepta la noción idealista de reflexión porque salvaguarda las exigencias de la conciencia frente a las posiciones empiristas, estructurales, etc., pero no se reduce ni se limita a ella. Para él, la filosofía es más que reflexión o idealismo puro y cerrado, pues está más ligada a la libertad y al amor que a los sistemas y a las etiquetas. La persona, para Nédoncelle, no es una parte del mundo real ni un mundo real aparte, sino la interpretación total del mundo real.

La metafísica de la persona es la única que puede salvar la cultura actual de caer en individualismos y colectivismos, pues hay dos sistemas antagónicos que reducen la persona a individuo. Uno responde al “mito del contrato social”, según el cual existiría un estado natural anterior a la vida en sociedad, donde los humanos vivirían solos, como individuos aislados, libres e iguales entre sí. En un segundo momento, estos seres independientes deciden agruparse por un pacto o contrato inicial imaginario, perdiendo el estado de independencia. El segundo sistema es una concepción totalitaria del individuo, que considera al ser humano como un animal gregario, teniéndolo por una parte de la totalidad al servicio del colectivo. El individuo aparece como una excusa, como una anilla de la cadena, necesaria para el éxito del conjunto. Aquí el ser humano tiene valor en la medida en que sirve como perpetuación de la clase, la nación o la raza.

El personalismo2 es la revolución vigilante del espíritu-comunión contra el espíritu-dominación. El peligro de la noción de persona procede de sus radicalizaciones. Tanto el egoísmo, el aislamiento y la exaltación indefinida de la libertad y los horizontes individuales de la existencia, como el colectivismo, la masa, el humanismo amorfo o la estandarización de ideas y sentimientos, terminan siendo manipulados por intereses opuestos a la persona. De una y otra alternativa puede salvar el personalismo, como heredero del logos antropológico que recorre la historia del espíritu. Como sintetiza J. M. Coll, “uno no se encuentra más que perdiéndose; se posee únicamente lo que se ama. Vayamos más lejos, hasta el fondo de la verdad que nos salvará: se posee sólo lo que se da. Estamos contra la filosofía del yo y en favor de la filosofía del nosotros. La persona sólo existe hacia el otro, sólo se conoce por el otro, sólo se encuentra en el otro. La experiencia primitiva de la persona es la experiencia de la segunda persona. El tú y, en él, el nosotros, preceden al yo y lo acompañan. Se podría casi decir que existo únicamente en la medida en que existo para otro y, en el límite, ser es amar3.

En el problema de la relación, Nédoncelle contempla el aspecto personal y el institucional. La familia es la institución para la relación personal diádica. Viene después la relación yo-nosotros, el grupo. Ahí tiene lugar un descenso de la relación personal y un aumento de la relación institucional, hasta el punto de que la relación yo-grupo, en vez de ser relación yo-comunidad, se convierte en relación yo-ellos, sumida en el anonimato. Esta es la relación que se deteriora con la civilización moderna. Las sociedades modernas se convierten con frecuencia en demoledoras de la persona. No se dan cuenta de que su función y legitimación consiste en administrar el todo existente en provecho de cada persona. El amor como lazo de unión entre el yo y el nosotros se ve desplazado por la institución y la norma, que en vez de unir a las personas, las separa y mediatiza.

El viaje del yo hacia el tú lo realiza Nédoncelle a través de la “reciprocidad de las conciencias”, punto central de su pensamiento. En este viaje, la categoría trascendental es la relación, que reviste la forma del nosotros, unidos por el amor. Como la persona nunca está completamente hecha, busca llegar a ser, haciendo llegar a ser a otro yo. Por eso Nédoncelle halla la explicación de la consolidación final de nuestras personas en la trascendencia divina. Reflexionar sobre las implicaciones del amor es disponerse a descubrir algo de la esencia de Dios. El inseguro destino de las reciprocidades humanas nos lleva más allá de nosotros mismos, y deja entrever que todo ser está ya sometido a una Caridad vigilante y eternamente victoriosa. Así, Nédoncelle deduce la existencia de Dios de la misma caducidad que existe en el encuentro interpersonal. Sólo en un Dios personal que nos quiera encontrará el orden de las personas una plenitud de realización. Ese Tú divino es, así, el yo ideal de todos los yos ideales habidos y por haber.


1  BUENAVENTURA, De Trinitate, Obras, 6 Vols. Madrid 1966, q. 2, a. 2, n. 9.

2  La palabra “personalismo” la utilizó Renouvier en 1903 para calificar su filosofía, y después cayó en desuso. Reapareció en Francia (1930) para designar los primeros tanteos de la revista Esprit.

3  J. M. COLL, “Personalismo, pensar dialógico y fe teologal”, Pensamiento, vol. 29, (1973), 209-226.