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interioridad (1)

La presencia de Dios en nosotros es profunda y al mismo tiempo misteriosa, pero puede reconocerse y descubrirse en la propia intimidad: no hay que salir fuera. San Agustin, que experimentó con extraordinaria intensidad la cercanía de Dios, nos dice: “vuelve a ti mismo. La verdad habita en lo más íntimo del hombre. Y si encuentras que tu naturaleza es mudable, trasciéndete a ti mismo. Pero, al hacerlo, recuerda que trasciendes un alma que razona. Así pues, dirígete adonde se enciende la luz misma de la razón” (De vera religione, 39, 72). Y en el inicio de las Confesiones afirma: “Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en ti” (I, 1, 1). Por tanto, la lejanía de Dios equivale a la lejanía de nosotros mismos. Por esto reconoce Agustín que “tu estabas más dentro de mí que lo más íntimo de mi, y más alto que lo supremo de mi ser (III, 6, 11), hasta el punto de que “tú estabas, ciertamente, delante de mí, más yo me había alejado también de mí, y no acertaba a hallarme, ¡cuánto menos a ti!”(V, 2, 2).